Cuarteles de invierno...

27 febrero 2006

 
Estás tumbado, como dormido, ajeno a todo el ruido que te rodea. Me acerco a ti despacio acordándome de todas las veces que yo he repetido este gesto... y todas las veces que tú te has marchado corriendo mientras ladrabas. En aquellos momentos, mientras te burlabas; mientras me enfadaba, no era consciente de la felicidad que era correr detrás de ti. O sí lo era y, como toda felicidad, me sabía a poco. Al llegar junto a ti veo que me das la espalda; no quieres que te vea. Parece que estás escondiéndote como siempre que hacías una travesura sin saberlo y solo eras consciente de que habías hecho algo malo por mi tono de voz. En un acto que siempre hacía te miro a la cara y veo que entre tus familiares negro, blanco, gris se ha colado un odioso rojo que me impide ver tus dientecillos que siempre lucían con tus ladridos. Si hoy pudieras escuchar mi tono de voz me mirarías extrañado. Has hecho la gran travesura, la peor por ser la última, pero mi tono de voz es tan lastimero como el tuyo algunas noches. Y como tú, sin emitir palabras, expreso más cosas de las que puedo escribir o hablar. Me agacho y te cojo despacio. Avanzo por el asfalto acunándote como un niño. Hace tiempo que sabía que solo te iba a poder coger y a contar todo lo que te quiero de esta manera. Tú eras un pequeño electrón cariñoso, juguetón, inocente, pero alérgico a todo lo que fuera tenerte en brazos. Aún estás caliente y tu cuerpo flácido se mueve como si sólo tuvieras un sueño pesado. Siento tus músculos, tu columna, intento encontrar tu vigor contagioso que hacía que todo aquel que te conocía te quisiera en el acto. No lo encuentro. Miro a mi alrededor y todo lo que me es conocido me parece ahora ajeno y peligroso. Siento varias miradas que me miran incrédulas y aceleradas mientras avanzo contigo por el inexistente arcén. Al llegar al coche te dejo despacio en la improvisada cama de papeles que he hecho en el maletero. Y me derrumbo. Y lloro apoyado en el coche para no caerme. Y maldigo el no haber demostrado ser más listo que tú a la hora de retenerte. Y agradezco el que entre todo el tráfico y todas las carreteras que me rodean haya sucedido en esta y haya tenido la oportunidad de despedirme de ti... aunque tú ya no me oigas. Conduzco despacio sin ver apenas mientras pienso el lo que ha sido tu vida. En como has hecho de improvisado jardinero, en como algunos muebles de mi casa llevan tu firma, en como llevo lametones tuyos por todos lados... Recuerdo como llegaste a mi vida siendo una pequeña masa peluda, como me contagiaste tu espíritu desenfadado, como corríamos por los parques de mi ciudad mientras ladrabas alegre, como fuiste el primer perrito de una persona que ya no se va a poder despedir de ti. Y pensando llego al final del camino. Esta vez el pico y la pala no representan un trabajo; representan algo peor. Remuevo tierra y hago una fosa que no es redonda; es tan alargada como eres tú. Excavo cerca de un almendro del que asoman algunas flores que al caer adornarán tu nueva casa. Y con cada palada veo como tu vida no ha sido inútil. Como tú fuiste el detonante que hizo que otros peludillos entrasen en mi vida. Como entré en el mundo de los abandonos y las adopciones y como gracias a ti pude arreglar la vida de otros perros, como sentí grandes alegrías... y como sufrí grandes penas. Y en general como viví. Repartiendo cepellones de hierba sobre la que va a ser tu casa cierro una etapa de mi vida. Una representada por tu vida que siempre fue un destello y que no pudo acabar con tu vejez por mi culpa. Amigo, hoy me has dejado muy solo.

Mis lágrimas ruedan hasta la tierra recien movida buscándote. Y sé que, como ser inocente y bueno que eres, seguirás vivo. Y aunque el sol no vuelva a brillar con tus ladridos tu espíritu ya siempre habitará mis carreras por el parque.





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