Cuarteles de invierno...

05 febrero 2006

 

(Mañana de...

...viernes)

Lo primero que pienso al salir a la calle es que me he puesto demasiada ropa. Aunque parezco una central térmica echando humo cuando respiro y los demás están más abrigados que yo. No sé, es que tengo tanto calor... Compruebo una vez más el equipo: mochila, guantes, gorro, el dinero que tengo (unas monedas), la cabeza... Parece que llevo todo. La carpeta con los papeles ya la he revisado cuatro veces en casa. Otra más en medio de la calle llenando todo con escrituras y eso me suena excesivo. Primer mirada al reloj; falta una hora y cuarto. Voy bien. Hoy toca coger el Cercanías. Cojo un buen ritmo de paso y me lanzo. ¡Eh!, tranquilo. Sin maltratar mucho el suelo. Las dos primeras zancadas me hacen ver que algo me tuvo que golpear la cabeza ayer. Algo muy pesado y blando. Un jamón de york de 300 kilos, por ejemplo. No me acuerdo, pero los daños están ahí y me avisan. Mi cerebro flota libre de anclajes y como mi cabeza es muy grande rebota libremente. Y dolorosamente también. Venga, que tú sabes andar rápido y pisando suave a la vez. A velocidad crucero recorro calles. Las manos en los bolsillos. Creo que si las saco me daré cuenta de que son dos antorchas. Cuando voy llegando a la estación oigo el traqueteo de un tren. Evalúo: llego si acelero... ¿o no? Pienso, ando, pienso, ando, pienso, corro, dejo de pensar, corro más, me arde la nariz, me paro en seco. La carrera habrá sido de 10 metros, pero el aire entraba arrasando fosas nasales como si fuera magma. Hoy lo de correr lo desestimamos. Por mayoría absoluta. Aunque parezca mentira jadeo como un perrillo. Me toco la frente. ¡Ay va! ¡Que va a ser que tengo fiebre! En uno de los bolsillos tengo una pastilla de esas que se deshacen en agua. Y calman la fiebre. O eso dicen. No me acuerdo como se llaman... A ver como me la tomo. Un bar me da la solución; botellita pequeña de agua. Me bebo la mitad sin sed alguna. Mi vejiga me avisa: ¿es muy largo el viaje? Parto la pastilla, la meto en la botella, la muevo despacio. Que bonito es todo. Incluso el tren que llegar... ¡Joder! El resto del agua me entra como un disparo; agua con posos efervescentes. Controlo las arcadas. Con la emoción se me caen las monedas al pagar el billete. Hago una entrada triunfal al vagón de tren demostrando que la enfermedad es buena para coger buen tipo. El viaje pasa sin pena ni gloria. Y sin que yo sea capaz de pasar las hojas del libro que me estoy leyendo. Que capacidad de concentración la mía. Creo que este capítulo me lo he leído 30 veces. Y no me acuerdo. Doy un par de cabezadas y cuando me quiero dar cuenta estoy en mi estación. Me restriego los ojos para despejarme. Que buena idea tengo; todas las terminaciones nerviosas de mi cuerpo tienen reunión justo detrás de mis ojos y protestan a la vez cuando se ven apretujadas. Vale, tranquilidad, a lo mejor es que estoy todavía con gripe y eso. Seguro que en la calle me espabilo. Seguro. Al salir soy consciente de eso que nunca soy consciente y que dicen que nos hace que estemos siempre nerviosos en las grandes ciudades: el ruido permanente. Hoy todos los ruidos me dicen que están ahí. Cruzo calles y me encuentro con una pendiente. ¡Que bueno para mis pulmones! Las casetas de madera me animan: compra, venta, segunda mano? No acabo de entender que ánimos son esos. Creo que lo de las manos en los bolsillos tiene que acabar. Ando y braceo. Lo de tener tendones para que todo esté unido no tiene precio. Hoy, si fuera por mis brazos, se habrían tirado cuerpo a tierra al primer movimiento. Huelga de "brazos caídos" que dirían... ¡Oh, oh! Los señores delirios están aquí... Cierro fuertemente los ojos. Seguimos reunidas, ¡jódete! Que largo se va a hacer el día. Al llegar arriba veo que hay un error geográfico. Estoy en la calle a la que tenía que llegar, pero esta es muy grande y el número al que voy... está un poco lejos. Otro paseo. Menos mal que voy sobrado de tiempo. Vaya, iba sobrado de tiempo. El reloj me pone al corriente de que tengo unos minutillos para llegar. Y cualquiera hace esperar a un notario. Pues nada, a hacer deporte. "Por primera vez lo vas a intentar...". Delirios, ¡amigos míos! Estornudo un par de veces y mi cerebro poco a poco se insensibiliza a los movimientos bruscos. Venga entonces, ¡a machacar el suelo! Avanzo como una máquina de tren a vapor, con su misma chimenea y sus mismos achaques. Lo que daría por no tener tanto calor. ¡Joder!, si tengo los pantalones cortos en el mismo armario, ya me vale no ser más previsor. Si veo que no llego hago un sprint final con desnudo incluido. Sería bonito entrar a la notaría con la carpeta y el gorro únicamente. Tendría que pedir perdón por el gorro, pero es que uno es muy pudoroso. Cruzo por pasos de cebra sin semáforos. Un coche de lujo, que ha fagocitado a un humano con bigote, me pita por no dejarle seguir su camino a 200 por hora. Entonces me acuerdo de que me pica en la parte baja de mi espalda. Justamente donde ya no es la espalda. El coche pita y pita y pita. Nada, que por mucho que rasco el picor no se me va. Mi objetivo está cerca. Miro mis manos y empiezo a tener dudas; como sean inflamables los guantes... Me veo ardiendo a lo bonzo. Hombre, quemar una notaría tampoco sería tan malo. Llego al portal y me doy cuenta de que es de esos viejos de techo alto... y escaleras altas también. Hago recuento: creo que traigo todos los papeles, creo que tengo un par de dudas de las que creo me acordaré cuando llegue arriba, creo que recogí todas las monedas en la estación de tren, creo que he bajado a los perros antes de venir, creo que he desayunado, creo que estoy llendo a una notaría... Esto de que todo sea relativo es lo que tiene. ¡Que estaba pensando? Corrijo, ¿qué estaba diciendo? Nada, a subir escaleras. Cuando llego me dicen que me siente y me lea un par de libritos de condiciones de préstamo. Ya ves tú, esta vez no soy capaz de avanzar de la primera página. Menos mal que creo que en otra vida (o ayer, no me acuerdo) me he leído ya todo eso. "¿Está de acuerdo?" Claro, chato, el traje te queda divino. Paso a una habitación y me explican que me van a dejar unos euros, que solo voy a ver una parte de esos euros, que otra parte de esos euros son para un banco, que yo tengo que devolver todos los euros (que mientras los devuelvo han criado y me toca pagar sus hijos), que son solo 204 meses. 200 más 4. 102 más 102. 51 más 51 más 51 más 51. 17 años. Nada que por llamarlo de otra manera no parece más corto. Con lo cerquita que estaba de pagarlo todo. Calculo; soy un afortunado. He vivido más meses de los que me quedan por pagar. Cuantos pueden decir eso... Me encuentro en un bolsillo el par de preguntas que tengo. Las leo como lo haría un niño de 6 años. Me las contestan. Mañana no me acordaré. Por eso procuro fijar la sensación que tengo con la respuesta que me dan: estoy satisfecho y veo que aquí los bolis no tienen capucha. Cuando mañana vea un boli sin capucha sabré que las preguntas me las contestaron afirmativamente. O si no es mañana el año que lo vea. La fiebre me arrasa el cuerpo a oleadas. "Como una ola llegaste tú a mi vida..." Más delirios. "Just like a wave arrive to my life..." Vaya, creo que esto último lo he tarareado. Me doy cuenta de que a lo tonto me estoy quitando ropa y ya voy por el jersey. Venga va, que esta gente no tiene culpa. Viene un hombre mayor, me repite todo, me pregunta si soy el dueño de un piso en una dirección que me suena. Estoy a punto de indicarle que hay un fallo en las escrituras, falta gente por poner. Incluso perros. Noto que me estoy mordiendo la lengua y no puedo hablar. Que sabio es mi cerebro que no deja hablar a mi cerebro cuando está delirando. Firmo en 3 papeles; no se parecen en nada las firmas. Las articulaciones de los dedos me duelen como demonios. Me dan un cheque. Me dan la enhorabuena. Me acuerdo de sus muertos con la lengua entallada. Salgo a la calle. El último pensamiento consciente que tengo antes de entrar en el primer bar que veo es que ahora solo 204 meses me separan de conseguir pagar mi piso.

La fiebre me sube a lo largo del día, claro.





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